Siguiendo, aguas arriba, el curso del río Sarín, nos encontramos, circundadas prietamente por las primeras estribaciones de los Alpes, las tierras del antiguo condado de Gruyère. Desde la magnífica atalaya de su castillo, enclavado en un alto promontorio en medio del ancho valle, los condes de Gruyère disfrutaban ya en el siglo XIII de una magnífica panorámica que abarcaba todos sus dominios.
Lo que antes fue un condado medieval habitado por grullas (grue, en francés, de ahí el nombre de Gruyère), se ha convertido en estos momentos en una pujante zona ganadera e industrial, además de una atracción turística de primer orden, visitada por más de un millón de personas cada año. El carácter de la comarca ha cambiado muy poco en los últimos siglos. Orgullosos de su pasado, los habitantes de las cuarenta aldeas que la componen siguen aferrados a sus tradiciones sin que el tiempo haga mella en ellas.
Así, cada año, cuando llega el mes de mayo, se celebra la poya, el día en que toda la cabaña vacuna asciende en fila india por tortuosos caminos de montaña hasta sus chalets de verano, los establos de madera donde pasarán el estío pastando en los prados altos, que el resto del año quedan cubiertos por la nieve. Allí, los paisanos siguen fabricando sus famosos quesos artesanalmente, hasta que a finales de septiembre llega desalpe, el día que las vacas retornan a sus aldeas de origen, otro hito en el calendario anual de la región que marca el comienzo del invierno.
Pintoresco promontorio
Aunque la capital comarcal es Bulle, una villa de 10.000 habitantes, el centro neurálgico de la región es Gruyères, un pintoresco promontorio rematado por el castillo y la ciudadela. El conjunto histórico parece una postal. La única calle que asciende hasta el castillo está empedrada y flanqueada por casas que datan del siglo XV en algunos casos, todas ellas primorosamente conservadas.
La única calle de Bulle que asciende hasta el castillo está empedrada y flanqueada por casas que datan del siglo XV
Como lo está el propio castillo, reconstruido tras el incendio que lo asoló en 1493, y mantenido en excelente estado por los distintos propietarios, el último de los cuales, un financiero de Ginebra, realizó importantes obras y dedicó algunas estancias a albergar exposiciones de arte. Es una visita obligada que no defraudará a nadie, aunque sólo sea por el hecho de disfrutar de la magnífica panorámica que se divisa desde la atalaya.
No todos los habitantes de este pueblecito de cuento de hadas, sin embargo, están de acuerdo con la instalación allí del museo Geiger, dedicado a Alien, el repugnante personaje de la película que ha puesto los pelos de punta a medio mundo. Geiger, el artista suizo responsable de la creación y diseño del monstruo extraterrestre, abrió hace algún tiempo las puertas de un polémico y diminuto museo para exhibir sus trabajos surrealistas que, ciertamente, no armoniza mucho con el bucólico entorno medieval.
Entre diminutas aldeas
Pero no se puede escribir sobre Gruyère sin hacer referencia a sus magníficos y celebrados quesos, cuyo aroma impregna todo el ambiente desde que se llega. Lo primero que hay que señalar es que, en contra del cliché universalmente establecido, el queso de Gruyère no tiene agujeros como el Emmental.
Cada rueda de queso viene a pesar un promedio de 35 kilos y debe permanecer en curación desde un mínimo de seis meses
Es un queso elaborado con leche de vacas que se alimentan únicamente de hierba fresca o seca reciente (en invierno, de remolacha), sometida a estrictos controles y tratada por métodos artesanales, aunque hoy día ya hay un par de fábricas que reproducen industrialmente el antiguo método con excelentes resultados. Cada rueda de queso viene a pesar un promedio de 35 kilos y debe permanecer en curación desde un mínimo de seis meses, para el queso suave, hasta un máximo de 15 para el más fuerte.
Pocos lugares pueden encontrarse tan románticos y apacibles para pasar un fin de semana de ensueño. Guardadas por un circo de montañas prealpinas, las verdes praderas del valle del Sarín se extienden hasta dónde alcanza la vista, salpicadas de parches de tonos más oscuros y de diminutas aldeas, unidas por caminos de cuento. ¿Cabe ejercicio más balsámico que dar cuenta de una fondue regada con buen vino de la región en un chalecito de madera, al amor de la lumbre de la chimenea y con una estimulante compañía?
elmundo
vamos a conocer Gruyère, la del queso tan famoso, pero vemos que tiene más cosas que eso, es precioso paisajísticamente,e stá muy bien conservado, y está muy bien para acercarse en un puente o finde, no quieren el museo "Allien", dicen que no casa con el entorno y la forma de ser de los vecinos, dejo un enlace paarq eu relajéis la vista URL:
http://www.ocholeguas.com/2009/02/27/europa/1235750227.html
2 comentarios:
Un reportaje muy interesante y completo. A Gruyere le encuentro ciertos parecidos con zonas de Asturias, tal vez por eso me guste.
Si Edmond alguien nos llamó la pequeña Suiza, saludos
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