jueves, 5 de marzo de 2009

Ilustres patinazos





El gambazo político ha vuelto a ponerse de rabiosa actualidad tras el último protagonizado por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, al referirse al turismo en Rusia. La historia está llena de estos patinazos, producto de la irreflexión o del subconsciente, que ponen en evidencia a sus autores. Los protagonistas tienen, muchas veces, la posibilidad de reponerse de los resbalones sobre la marcha. Otras, no.
Oviedo, Luis M. ALONSO Hay quien dice que juzgar a los políticos por sus intervenciones públicas puede resultar tan inútil como juzgar a un vendedor por la publicidad que hace de su producto. Los políticos venden la mercancía de la mejor manera que saben, pero, en ocasiones, entre sus palabras se deslizan cosas que nunca hubieran querido decir o, en último caso, que nunca querrían que se escuchasen. Los patinazos son numerosos, algunos se producen a micrófono abierto, otros con él cerrado y, muchas veces, pasan a formar parte del anecdotario popular por haberlos desvelado con innegable sentido del humor los mismos protagonistas o personas próximas al hecho. A José Luis Rodríguez Zapatero, el pasado martes, le traicionó el subconsciente o bien le patinó el embrague, como se suele decir vulgarmente, cuando en una rueda de prensa se refirió a un acuerdo turístico con Rusia para «follar», aunque inmediatamente habló de «apoyar». No es la primera vez que el Presidente tiene un despiste de este estilo. Ni qué decir tiene, los ministros y ministras que han formado o forman parte de su Gabinete, donde se acumulan resbalones notorios en cuanto a confundir el mar Mediterráneo con el océano Atlántico, el latín con los famosos ratones de Hanna Barbera o desubicar una provincia gallega. En la oposición, es sonoro el patinazo de Mariano Rajoy cuando se refirió como «un coñazo» al mismo desfile militar que un año antes había promocionado públicamente ante los españoles. En la reciente historia política, el subconsciente abriga equívocos de connotación sexual similares a los que perdieron el otro día al presidente del Gobierno. Lo cuenta Alfonso Ussía con motivo, hace unos años, del secuestro de un avión en Málaga por parte de un marroquí. El entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, se puso en contacto con su homólogo magrebí. En el avión viajaban siete españoles y se decidió llevarlo a Casablanca para proseguir las negociaciones con el secuestrador. A las pocas horas, pero ya avanzada la madrugada, el colega de Interior despertó a Mayor Oreja para informarle de que todo había transcurrido con éxito. Éste quiso agradecerle la eficacia con que había actuado y en un francés somnoliento le dijo: «Merci beaucoup, mon amour le ministre», en vez de lo que hubiera sido igualmente gentil, pero mucho más apropiado, «merci beaucoup, mon ami le ministre». Como apostilló Ussía, nadie sabe si al ministro de su majestad y príncipe de los creyentes las afectuosas palabras de Mayor Oreja le hicieron tilín. Federico Trillo, a quien por un despiste con la megafonía se debe aquel «manda huevos» en una sesión del Parlamento, rectificó de la mejor manera posible y con todos los honores un sonoro desliz en El Salvador cuando era ministro de Defensa. Se hallaba de visita en esa república y lanzó un viva a Honduras, confundiendo la identidad nacional de dos países que se las han tenido tiesas y que llegaron al esperpento de declararse la guerra por culpa de un partido de fútbol de las dos selecciones. Trillo se recompuso, admitió el «lapsus» -según él mismo dijo-, mandó de nuevo formar las tropas y de su voz tronó un estentóreo y marcial: «Caballeros, ¡viva El Salvador!». A lo largo de la historia, ha habido también grandes personajes dispuestos a conceder el favor antes de equivocarse. Es el caso de Alfonso XII, que durante la campaña contra los carlistas visitó un hospital militar. Se acercó a la cama donde reposaba un teniente y le preguntó por su estado. «¿Qué tal, capitán?». El enfermo, incorporándose, respondió: «Soy teniente, señor». Y el Rey no rectificó: «¡He dicho capitán!» Uno de los deslices más terribles en política lo superó con relativa solvencia el duque de Devonshire, miembro de la Cámara de los Lores, en la que sus señorías acostumbraban a sestear en las sesiones del Parlamento. Lo cuenta André Maurois, en su biografía de Eduardo VII de Inglaterra, y lo recoge el inolvidable Luis Carandell. El duque, recién despertado para defender un proyecto del Gobierno, esgrimió, inesperadamente, la tesis de la oposición. Asombrado, el portavoz parlamentario le envió una nota para avisarle del error que estaba cometiendo. Devonshire, tras leer el papel, prosiguió con el discurso: «Perdonen los honorables miembros de la Cámara por mi equivocación. La opinión del Gobierno de su majestad es precisamente la contraria de la que acabo de exponer...». Lord Asquith, uno de los grandes políticos ingleses de los siglos XIX y XX, tenía a gala la precisión en el dato y la fecha, además de las suficientes dosis de flema británica para enfrentarse a cualquier acusación, máxime si venía precedida por un desliz. Siendo ministro de la Gobernación se produjo un enfrentamiento entre huelguistas y Policía que se saldó con la muerte de varios obreros. Años más tarde, ya «premier» de la nación, con motivo de un debate en el Parlamento un diputado de la oposición le interpeló recordándole que había asesinado a varios obreros en 1892. Y lord Asquith, atento, le corrigió el desliz: «No fue en 1892, fue en 1893». A veces son los propios hombres públicos los que corrigen sobre la marcha la confusión que ellos mismos, sin quererlo, siembran a su alrededor entre los particulares. Se puede considerar política cualquier anécdota de la diplomacia vaticana, empezando por la que tiene recogida el periodista ya fallecido Jaime Campmany sobre el que fue nuncio de Su Santidad en España, monseñor Pizzardo. Contaba Campmany que una señora se dirigió al nuncio para hacerle una consulta: «¿Me permite que le moleste, monseñor Pollardo?». Monseñor le respondió: «Pizzardo, señora, Pizzardo». Y la señora, abrumada, concluyó: «¡Claro, Pizzardo, qué tonta! ¿En qué estaría yo pensando?».


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A raiz del último patinazo sel presidente del Gobierno español, tenemos un buen artículo aquí de algunos de los patinazos anteriores, los hay muy buenos, a mí me encantan los de federico Trillo y os aseguro que dió verdadera pena que no esté ahí, ya que me divertía mucho y no era peor que nadie, además de lo que dijo cuando era Presidente del Congreso de los Diputados y lo de "Soldados Viva Honduras", está la explicación de la recuperación de la isla de perejil, "...... (habla de la operación seguida por los Grupos Especiales y acaba diciendo, con fuerte viento de levante"), la forma de llevar los temas no ha mejorado desde que no está y hay menos chispa.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

se quieren decir tantas cosas a la vez que no es estraño tener patinazos .no creo que al presidente ruso se lo hayan traducido como lo escuchamos para que no se sienta aludido jajaja

silvo dijo...

Fue el nuestro anónimo, saludos

Néstor dijo...

La más mítica es la de Trillo y su "manda huevos". Se repitió hasta la saciedad en las teles. Por otro lado, considero que los políticos hablan tanto y piensan tan poco lo que dicen que acaban por meter la pata muy a menudo.

silvo dijo...

Trillo es un crack y te aseguro Edmond que le echo mucho de menos, saludos

pro_magicalonso dijo...

La verdad que los patinazos entre los políticos los hay muy buenos. Y el ùltimo de ZP pues otro más para engordar la lista de patinazos de todos :-)
Un abrazo

silvo dijo...

Son patinazos que divierten, yo es que adoro a Trillo porque es natutal y humano, es cierto le echo de menos.

Un fuerte abrazo y un beso pro_mágica