Si cierran minas, para qué un Instituto del Carbón. Hay muchas respuestas, pero si nos metemos en estadísticas una llama la atención: más del 30% de la energía mundial sale directamente del carbón, un consumo que está estabilizado a nivel mundial desde los años setenta.
Cuando en 1947 se fundó en Asturias este centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la industria del carbón hervía. Y cuando se llevó a las actuales instalaciones de La Corredoria, al lado de Oviedo, en 1960, la llamada de Ensidesa daba nuevas alas al Incar. Hoy, con más de ocho millones de euros de presupuesto anual -sin contar sueldos- y con 85 trabajadores en plantilla, el Instituto «evoluciona hacia el estudio de materiales derivados del carbón, productos de alto valor añadido», explica su director, Carlos Gutiérrez.
Y así, se experimenta con el grafeno, un material carbonoso con unas propiedades electrónicas, térmicas y mecánicas sin precedentes; o se trabaja en mecanismos alternativos para sacarle hasta el último jugo a los residuos... Pero el proceso estrella es la planta piloto de captura de CO2, una idea que en pequeñín funciona y que algún día puede ser la tabla de salvación del carbón como fuente de energía. El problema es que el carbón también es la fuente más intensiva de CO2, y que los protocolos internacionales han puesto coto y plazos a esa gigantesca emisión mundial de humo a la atmósfera: 30.000 millones de toneladas de CO2 en un año. Cada asturiano genera 19 toneladas. Una central térmica de las grandes puede llegar a emitir 10 millones de toneladas de CO2 anuales.
Lo que encontramos en el Instituto del Carbón es una planta experimental a pequeña escala, que puede ser el antecedente de plantas industriales que acaben con el problema contaminante. Se trata de un gas inerte: no explota pero «mata» la atmósfera. Europa le ha puesto plazo de caducidad, el año 2020, así que hay que apurarse.
Para capturar el CO2 hay que liberarlo antes mediante procedimientos químicos bien conocidos, por otra parte. El modo de almacenarlo, tan simple y a la vez tan complejo como inyectarlo un par de kilómetros bajo tierra.
«Hay que ir por delante de la demanda social», dice Carlos Gutiérrez. En el Incar se trabaja para fuera, es el mercado el que a la postre marca las líneas de investigación. Y así fue siempre. Los más veteranos del centro recuerdan la planta experimental de coquización en la que se experimentaban mezclas de carbones para conseguir la combustión perfecta, principalmente en la siderurgia asturiana. A ojo de microscopio la hulla no se parece a la antracita, y la antracita no se parece al lignito. Los distingue, entre otras cosas, la reflectancia, una propiedad que es como la prueba del algodón para saber qué es qué y en qué cantidad.
Para fuera trabajan también las componentes del servicio de Cromatografía, uno de esos grupos de apoyo a todo el Incar que además está inmerso en investigaciones apasionantes. Una de ellas tiene que ver con las turberas asturianas, repartidas por toda la geografía. El estudio de esta materia orgánica, en general poco afectada por factores externos, da mucha información sobre condiciones de clima de hace miles de años. No todo es labor de laboratorio y bata blanca, en ocasiones es preciso hacer trabajo de campo.
El Instituto del Carbón tiene abiertas en estos momentos dos grandes áreas científicas. Una, el desarrollo de materiales de carbono y materiales inorgánicos para distintas aplicaciones (palabra clave en el mundo de la ciencia) estructurales, energéticas o medioambientales. La segunda, la conversión y la utilización limpia del carbón, hasta donde sea posible, salvo que se pidan milagros.
El personal se mueve porque sólo en 2009 se pusieron en marcha en La Corredoria 11 proyectos del Plan Nacional, 10 proyectos del Plan Regional y 2 proyectos europeos, uno de ellos con papel coordinador. El presupuesto del Incar tiene mucho que ver con los proyectos conseguidos: 8,1 millones en 2009; 7,4 en 2008; más o menos la misma cantidad en 2007. El nuevo plan estratégico en el que está inmersa la entidad acaba de comenzar en enero y se desarrollará hasta 2013. «Los objetivos los ponemos nosotros focalizando esfuerzos en aquellos aspectos que más interesen, pero después los resultados nos los va a evaluar un comité internacional» señala Carlos Gutiérrez.
Dicen las enciclopedias al uso que el grafeno es el material más resistente del mundo. Nacho Paredes, Marina Enterría y Tomás González muestran un frasco de grafeno... en líquido, que es como mejor se trabaja. El grafeno es una lámina de grafito que hasta hace poco no se había conseguido aislar. «Tiene unas propiedades sin precedentes», aseguran. Ligero, elástico, duro, flexible... su resistencia lo hace ideal para el refuerzo de otros materiales. El reto, mejorar su calidad estructural, pero uno tiene la impresión de que el líquido negro en el interior del pequeño envase de cristal es como una ventana al futuro.
El carbono está en nuestras vidas, aunque no lo notemos. El Grupo de Materiales Compuestos trabaja precisamente con el carbono y sus distintas aplicaciones, muchas relacionadas con la automoción. Una pastilla de freno de un avión cabe en una mano, parece poca cosa, pero es carbono puro. Material estructural destinado a resistir. Cuando se coge una pieza de carbono lo primero que llama la atención es su poco peso. Nada que ver con el metal, a veces incluso más ligero que algunos plásticos. Ligero al máximo, resistente al límite. Ahí está el secreto.
En 2012 al Instituto del Carbón le saldrá un vecino conocido, el Centro de Investigación en Nanotecnología y Nanomateriales (CINN), también entidad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Carbón y nanomateriales. El carbón suena a pasado, pero mejor no fiarse de las apariencias. El carbón es sólo la coartada para investigar mirando al futuro.
La maquinaria entre la que se mueve el Grupo de Procesos Energéticos y Reducción de Emisiones intimida al visitante. Están al lado de la planta piloto de captura del CO2 y no es casualidad esa ubicación y el trabajo cercano de ambos grupos. Éste de procesos energéticos también trata de capturar CO2 pero usando técnicas diferentes. Aquí se experimenta, entre otras cosas, con mezclas de carbón y biomasa para la reducción de emisiones contaminantes, y con técnicas de oxicombustión -quemar con oxígeno en vez de aire
El grupo de Cromatología analiza gases y líquidos del carbón. Por uno de sus laboratorios anexos pasaron las muestras asturianas de contaminación tras el desastre del «Prestige». No todo el fuelóleo estudiado procedía de las bodegas de aquel barco, y es que a la hora de reclamar alguno tiró por la calle del medio y manchó centollos con lo que tenía más a mano. Al laboratorio no se le engaña.
El grupo de Materiales Carbonosos tiene en el punto de mira profesional al grafeno, un material con estructura de átomos de carbono que no hace más que deparar sorpresas agradables. En la fotografía, Marina Enterría, Nacho Paredes y Tomás González, en su laboratorio.
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Aquí tenemos a grandes investigadores del INCAR, que están trabajando en la captación de CO2 y almmacenamiento bajo tierra, así miraríamos por el planeta, nuevos materiales, el carbono, esa captación y demás pueden hacer que no se acabe del todo la labor extractiva de la roca energética, doble función impedir mayor contaminaión y aprovecahmiento de los recuursos energéticos áutóctonos ya que en petróleo somo deficitarios y tenemos mucho carbón.
Estas gente están en una investigación que pronto será un proyecto piloto a escala del definitivo y son grandes científicos que deben ser apoyados por los beneficios que reportan sus trabajos, beneficios económicos , medioambientales, de aprovechamiento de recursos propios y de avance en el conocimiento científico global en bien de la humanidad
Cuando en 1947 se fundó en Asturias este centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la industria del carbón hervía. Y cuando se llevó a las actuales instalaciones de La Corredoria, al lado de Oviedo, en 1960, la llamada de Ensidesa daba nuevas alas al Incar. Hoy, con más de ocho millones de euros de presupuesto anual -sin contar sueldos- y con 85 trabajadores en plantilla, el Instituto «evoluciona hacia el estudio de materiales derivados del carbón, productos de alto valor añadido», explica su director, Carlos Gutiérrez.
Y así, se experimenta con el grafeno, un material carbonoso con unas propiedades electrónicas, térmicas y mecánicas sin precedentes; o se trabaja en mecanismos alternativos para sacarle hasta el último jugo a los residuos... Pero el proceso estrella es la planta piloto de captura de CO2, una idea que en pequeñín funciona y que algún día puede ser la tabla de salvación del carbón como fuente de energía. El problema es que el carbón también es la fuente más intensiva de CO2, y que los protocolos internacionales han puesto coto y plazos a esa gigantesca emisión mundial de humo a la atmósfera: 30.000 millones de toneladas de CO2 en un año. Cada asturiano genera 19 toneladas. Una central térmica de las grandes puede llegar a emitir 10 millones de toneladas de CO2 anuales.
Lo que encontramos en el Instituto del Carbón es una planta experimental a pequeña escala, que puede ser el antecedente de plantas industriales que acaben con el problema contaminante. Se trata de un gas inerte: no explota pero «mata» la atmósfera. Europa le ha puesto plazo de caducidad, el año 2020, así que hay que apurarse.
Para capturar el CO2 hay que liberarlo antes mediante procedimientos químicos bien conocidos, por otra parte. El modo de almacenarlo, tan simple y a la vez tan complejo como inyectarlo un par de kilómetros bajo tierra.
«Hay que ir por delante de la demanda social», dice Carlos Gutiérrez. En el Incar se trabaja para fuera, es el mercado el que a la postre marca las líneas de investigación. Y así fue siempre. Los más veteranos del centro recuerdan la planta experimental de coquización en la que se experimentaban mezclas de carbones para conseguir la combustión perfecta, principalmente en la siderurgia asturiana. A ojo de microscopio la hulla no se parece a la antracita, y la antracita no se parece al lignito. Los distingue, entre otras cosas, la reflectancia, una propiedad que es como la prueba del algodón para saber qué es qué y en qué cantidad.
Para fuera trabajan también las componentes del servicio de Cromatografía, uno de esos grupos de apoyo a todo el Incar que además está inmerso en investigaciones apasionantes. Una de ellas tiene que ver con las turberas asturianas, repartidas por toda la geografía. El estudio de esta materia orgánica, en general poco afectada por factores externos, da mucha información sobre condiciones de clima de hace miles de años. No todo es labor de laboratorio y bata blanca, en ocasiones es preciso hacer trabajo de campo.
El Instituto del Carbón tiene abiertas en estos momentos dos grandes áreas científicas. Una, el desarrollo de materiales de carbono y materiales inorgánicos para distintas aplicaciones (palabra clave en el mundo de la ciencia) estructurales, energéticas o medioambientales. La segunda, la conversión y la utilización limpia del carbón, hasta donde sea posible, salvo que se pidan milagros.
El personal se mueve porque sólo en 2009 se pusieron en marcha en La Corredoria 11 proyectos del Plan Nacional, 10 proyectos del Plan Regional y 2 proyectos europeos, uno de ellos con papel coordinador. El presupuesto del Incar tiene mucho que ver con los proyectos conseguidos: 8,1 millones en 2009; 7,4 en 2008; más o menos la misma cantidad en 2007. El nuevo plan estratégico en el que está inmersa la entidad acaba de comenzar en enero y se desarrollará hasta 2013. «Los objetivos los ponemos nosotros focalizando esfuerzos en aquellos aspectos que más interesen, pero después los resultados nos los va a evaluar un comité internacional» señala Carlos Gutiérrez.
Dicen las enciclopedias al uso que el grafeno es el material más resistente del mundo. Nacho Paredes, Marina Enterría y Tomás González muestran un frasco de grafeno... en líquido, que es como mejor se trabaja. El grafeno es una lámina de grafito que hasta hace poco no se había conseguido aislar. «Tiene unas propiedades sin precedentes», aseguran. Ligero, elástico, duro, flexible... su resistencia lo hace ideal para el refuerzo de otros materiales. El reto, mejorar su calidad estructural, pero uno tiene la impresión de que el líquido negro en el interior del pequeño envase de cristal es como una ventana al futuro.
El carbono está en nuestras vidas, aunque no lo notemos. El Grupo de Materiales Compuestos trabaja precisamente con el carbono y sus distintas aplicaciones, muchas relacionadas con la automoción. Una pastilla de freno de un avión cabe en una mano, parece poca cosa, pero es carbono puro. Material estructural destinado a resistir. Cuando se coge una pieza de carbono lo primero que llama la atención es su poco peso. Nada que ver con el metal, a veces incluso más ligero que algunos plásticos. Ligero al máximo, resistente al límite. Ahí está el secreto.
En 2012 al Instituto del Carbón le saldrá un vecino conocido, el Centro de Investigación en Nanotecnología y Nanomateriales (CINN), también entidad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Carbón y nanomateriales. El carbón suena a pasado, pero mejor no fiarse de las apariencias. El carbón es sólo la coartada para investigar mirando al futuro.
La maquinaria entre la que se mueve el Grupo de Procesos Energéticos y Reducción de Emisiones intimida al visitante. Están al lado de la planta piloto de captura del CO2 y no es casualidad esa ubicación y el trabajo cercano de ambos grupos. Éste de procesos energéticos también trata de capturar CO2 pero usando técnicas diferentes. Aquí se experimenta, entre otras cosas, con mezclas de carbón y biomasa para la reducción de emisiones contaminantes, y con técnicas de oxicombustión -quemar con oxígeno en vez de aire
El grupo de Cromatología analiza gases y líquidos del carbón. Por uno de sus laboratorios anexos pasaron las muestras asturianas de contaminación tras el desastre del «Prestige». No todo el fuelóleo estudiado procedía de las bodegas de aquel barco, y es que a la hora de reclamar alguno tiró por la calle del medio y manchó centollos con lo que tenía más a mano. Al laboratorio no se le engaña.
El grupo de Materiales Carbonosos tiene en el punto de mira profesional al grafeno, un material con estructura de átomos de carbono que no hace más que deparar sorpresas agradables. En la fotografía, Marina Enterría, Nacho Paredes y Tomás González, en su laboratorio.
lne
Aquí tenemos a grandes investigadores del INCAR, que están trabajando en la captación de CO2 y almmacenamiento bajo tierra, así miraríamos por el planeta, nuevos materiales, el carbono, esa captación y demás pueden hacer que no se acabe del todo la labor extractiva de la roca energética, doble función impedir mayor contaminaión y aprovecahmiento de los recuursos energéticos áutóctonos ya que en petróleo somo deficitarios y tenemos mucho carbón.
Estas gente están en una investigación que pronto será un proyecto piloto a escala del definitivo y son grandes científicos que deben ser apoyados por los beneficios que reportan sus trabajos, beneficios económicos , medioambientales, de aprovechamiento de recursos propios y de avance en el conocimiento científico global en bien de la humanidad
2 comentarios:
esperemos que lo consigan captar el co2 y almacenarlo bajo tierra porque sino adios carbon
Esperemos que sí por el bien del carbón, que es la energía que Espña tiene y por el planeta, saludos anónimo
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