El ex teniente japonés Hiroo Onoda, que vivió escondido en las selva de Filipinas durante tres décadas porque no creía que la II Guerra Mundial hubiera terminado, murió este jueves en Tokio a los 91 años por un problema de corazón, informó el canal público NHK.
Entrenado como oficial de inteligencia y en tácticas de guerrilla, el teniente Onoda, de 22 años, fue enviado a la isla de Lubang en 1944, ya sobre el final de la guerra, y sus consignas para él y sus hombres eran no rendirse jamás, introducirse en las líneas enemigas, llevar a cabo operaciones de vigilancia y sobrevivir de manera independiente hasta que recibiera nuevas órdenes, lo que hizo exactamente durante tres décadas.
Tras la rendición de Japón en 1945, el soldado siguió sirviendo a su país en la jungla, convencido de la guerra se seguía luchando. Su existencia en Filipinas era conocida de vieja data, después de que en 1950 uno de los otros soldados abandonara la selva y regresara a Japón.
En cambio, el resto continuó patrullando, a veces atacando a residentes locales, y hasta enfrentándose con el ejército filipino. Uno de ellos murió en la década de los cincuenta. Tokio y Manila buscaron afanosamente a los dos restantes en los años siguientes, pero en 1959 ya los dieron por muertos.
Sin embargo, en 1972, Onoda y el otro soldado restante se involucraron en un tiroteo con las tropas locales. Su compañero murió, pero el primero logró escapar.
Durante sus largos años en la selva de Lubang vivió de plátanos, mangos y el ganado que conseguía matar, escondiéndose de la Policía filipina y de las expediciones de japoneses que fueron en su busca, a los que confundía con espías enemigos. Se lanzaron volantes desde aviones y se realizaron otros esfuerzos sin éxito para convencerlo de que el ejército imperial había sido derrotado. Fue necesaria la visita de quien fuera su comandante para que, en marzo de 1974, Onoda pusiera punto final a su guerra personal. Tenía entonces 52 años.
Onoda explicaría después que había creído que los intentos por convencerlo eran obra de un régimen títere instalado en Tokio por Estados Unidos.
Un año después de su vuelta a Japón se mudó a Brasil, donde gestionó con éxito una granja, y en 1989, de vuelta en Japón, puso en marcha un campamento itinerante para jóvenes en los que impartía cursos sobre la vida en la naturaleza.
El dedicado y leal ex teniente relató su increíble aventura en el libro "Luché y sobreviví : mi guerra de 30 años".
tn
Descanse en paz este hombre que ha estado fiel a lo que le inculcaron y que ha sido notición su reaparición tras muchos años acabada la guerra, mi pésame a familia, seres queridos y a quienes ha servido de ejemplo
Entrenado como oficial de inteligencia y en tácticas de guerrilla, el teniente Onoda, de 22 años, fue enviado a la isla de Lubang en 1944, ya sobre el final de la guerra, y sus consignas para él y sus hombres eran no rendirse jamás, introducirse en las líneas enemigas, llevar a cabo operaciones de vigilancia y sobrevivir de manera independiente hasta que recibiera nuevas órdenes, lo que hizo exactamente durante tres décadas.
Tras la rendición de Japón en 1945, el soldado siguió sirviendo a su país en la jungla, convencido de la guerra se seguía luchando. Su existencia en Filipinas era conocida de vieja data, después de que en 1950 uno de los otros soldados abandonara la selva y regresara a Japón.
En cambio, el resto continuó patrullando, a veces atacando a residentes locales, y hasta enfrentándose con el ejército filipino. Uno de ellos murió en la década de los cincuenta. Tokio y Manila buscaron afanosamente a los dos restantes en los años siguientes, pero en 1959 ya los dieron por muertos.
Sin embargo, en 1972, Onoda y el otro soldado restante se involucraron en un tiroteo con las tropas locales. Su compañero murió, pero el primero logró escapar.
Durante sus largos años en la selva de Lubang vivió de plátanos, mangos y el ganado que conseguía matar, escondiéndose de la Policía filipina y de las expediciones de japoneses que fueron en su busca, a los que confundía con espías enemigos. Se lanzaron volantes desde aviones y se realizaron otros esfuerzos sin éxito para convencerlo de que el ejército imperial había sido derrotado. Fue necesaria la visita de quien fuera su comandante para que, en marzo de 1974, Onoda pusiera punto final a su guerra personal. Tenía entonces 52 años.
Onoda explicaría después que había creído que los intentos por convencerlo eran obra de un régimen títere instalado en Tokio por Estados Unidos.
Un año después de su vuelta a Japón se mudó a Brasil, donde gestionó con éxito una granja, y en 1989, de vuelta en Japón, puso en marcha un campamento itinerante para jóvenes en los que impartía cursos sobre la vida en la naturaleza.
El dedicado y leal ex teniente relató su increíble aventura en el libro "Luché y sobreviví : mi guerra de 30 años".
tn
Descanse en paz este hombre que ha estado fiel a lo que le inculcaron y que ha sido notición su reaparición tras muchos años acabada la guerra, mi pésame a familia, seres queridos y a quienes ha servido de ejemplo
6 comentarios:
Me gusta la gente valiente, un beso para ti.
Supo cumplir con su misión más allá de lo que tenían previsto quienes le desplazaron allí, valiente sí, besos Amapola Azzul!
La película RAMBO se inspira en este personaje, y como suele suceder LA REALIDAD SUPERA CON CRECES A LA FICCIÓN
Onada es la confirmación de que el soldado japonés promedio era un súper soldado. Nisiquiera un soldado alemán se le podía comparar.
Hace como tres años hice una entrada en tigrero acerca del mismo y en la investigación descubrí que existen fuentes que dan por sentado que todavía hay soldados imperiales japoneses en las selvas filipinas, se habla de cinco, en distintos puntos, que en la actualidad deben estar rondando los 85 a 90 años. El problema es que la búsqueda se ha visto entorpecida pues en esas selvas actúan las guerrillas tamiles y otras de islamistas radicales que ponen en peligro cualquier intento pacífico de contacto.
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Cosas como estas son una buena lección de la inutilidad de la guerra y de que se puede sepultar a vivo un soldado sin necesidad de haber muerto en el frente.
Me estoy enterando de la noticia gracias a tu blog ¡Cuánto te lo agradezco!
Es asombroso que aún pueda haber más, este era un ejemplo de cumplir lo que se le encomendó.
Cierto las guerra no son útiles ni siquiera para los vencedores,me alegro de que te hayas enterado por aquí, saludos Alí Reyes
Pobrecillo...
Qué curiosa historia...
Muchos besos, me gustan tus cosas, Silvo
Sí, hombre fiel a lo encomendado, gracias Misterio y besos!
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